Desde la distancia
Últimamente he estado pensando mucho en las relaciones que he formado y en la manera en que las personas pueden ser dañinas sin que me dé cuenta en un primer momento. He vivido en carne propia el lovebombing, esa estrategia de afecto desmedido que al inicio parece genuina y envolvente, pero que luego se revela como algo vacío, manipulador y, en el peor de los casos, devastador. No ha sido sólo una experiencia mía, alguien cercano a mí también lo ha vivido. Hemos hablado un poco sobre esto y llegamos a una conclusión clara: con casi treinta años encima lo mejor es alejarnos de las personas mucho más jóvenes. No es que la edad determine la toxicidad, pero hay una diferencia abismal en las lived experiences, en la manera en que se procesan las emociones y en la responsabilidad afectiva.
Otro tema del que he reflexionado en las últimas semanas es la importancia de la salud mental. Antes hablar de ir al psiquiatra era un tabú, pero ahora es una necesidad que acepto sin miedo. Más allá de un capricho o una moda es la respuesta a años de acumulación de traumas, de soledad y de una sobreestimulación constante. Crecí en un mundo donde la contaminación, el exceso de pantallas y la inmediatez de todo han generado un cortocircuito en mi bioquímica cerebral. Me cuesta concentrarme, me cuesta conectar, me cuesta incluso descansar de verdad. Y en medio de todo esto, he encontrado algunas salvaciones: el gimnasio, la filosofía y, por encima de todo, la posibilidad de viajar.
Viajar es, quizás, lo más cercano a la felicidad real que yo tengo. Es la única forma en que siento que el mundo se expande más allá de mis pensamientos y de la rutina que a veces me asfixia. Sin embargo, viajar también depende de algo fundamental: el dinero. Me enseñaron que el dinero no compra la felicidad, pero la verdad es que sí compra tranquilidad. Tener dinero significa poder reencontrarme con quienes amo, comprar lo que necesito sin ansiedad, vivir sin el peso de la incertidumbre. En mi caso, en Riohacha, un lugar donde prácticamente no tengo amigos ni personas cercanas de mi edad, el dinero se ha convertido en una de las pocas herramientas que me permiten sostener un poco de estabilidad.
La soledad pesa. No es algo que pueda ignorar o disfrazar :(. Pero mientras el amor propio no llegue a ser suficiente para llenar esos vacíos, al menos puedo aferrarme a aquello que me da sentido: el conocimiento, el movimiento y la posibilidad de ver el mundo con mis propios ojos.
Comentarios
Publicar un comentario