A un hilo de romper algo, o quizá no

A veces el amor no aparece donde la costumbre promulga, ni bajo las condiciones que unx suele considerar viables. A veces siento que el amor aparece en un mensaje, en una nota de voz o en un rostro digital que se vuelve familiar antes de tocarse. A veces pienso que hay vínculos que nacen en la distancia como en una forma distinta de presencia.

Siempre escucho que las relaciones en la distancia no funcionan, como si se tratase de que el amor necesitara el roce cotidiano para sobrevivir. Pero, ¿y si realmente el amor fuese también una forma de imaginación encarnada? ¿Y si la distancia lejos de ser un obstáculo fuera un aprender de la espera, como si se tratase de una alquimia que transforma la ausencia en deseo y el deseo en pensamiento?

Cyrulnik diría que los vínculos humanos se tejen con la misma sustancia con la que se repara el alma, la ternura. Es decir, el afecto no necesita sólo contacto físico, es necesaria la narrativa, en cuanto que cada quien necesita contarse algo mutuamente, pensarse la una en la otra, habitar un mismo relato aunque los cuerpos estén lejos. No es tan lejano pensar que el vínculo sobrevive cuando se convierte en historia compartida, cuando la imaginación afectiva reemplaza la inmediatez del cuerpo por la persistencia de la memoria. Quizá el amor en lo más vital no se reduce al erotismo genital, quizá hay una erótica de la presencia imaginada, de la voz que llega desde lejos o del gesto que se recuerda. El cuerpo puede no estar pero el deseo sigue obrando su magia, con esto me refiero a que hay una energía que no se agota en el contacto, porque se expande como una corriente invisible que conecta dos conciencias.

De pronto cuando algo surge a distancia no hay que verlo como un ensayo incompleto del amor, por el contrario es una de sus formas más sutiles, luego, amar a alguien sin tenerlo del todo cerca es, en cierto modo, un ejercicio espiritual. A saber, el alma se ve obligada a construir puentes virtuales donde antes sólo había monte. No hay que olvidar que, en medio de esa distancia donde se mezclan la política, el cuerpo y el misterio, también se abren preguntas, ¿qué lugar tiene el amor cuando la persona que me atrae habita el mundo desde otra orilla ideológica o identitaria? Quizás si ambos creyéramos en lo común, o sea, el espacio invisible donde dos existencias se reconocen vulnerables, deseantes, humanas, quizá, quizá así podría haber algo, no lo sé.

En última instancia todo amor verdadero es, de algún modo, una relación a distancia, incluso cuando los cuerpos se tocan, hay un abismo entre una mente y otra, entre una historia y otra. Amar es tender caminos del deseo, como los que hay en las montañas, sobre ese abismo, es aprender a sostener la distancia sin que se rompa el hilo. Y quizá ese hilo tan frágil, tan luminoso, sea precisamente lo que llamo amor. 

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