Zona de nadie

Vivir a veces se siente como habitar un espacio vacío, como escuchar la repetición de un sonido que proviene de los propios pasos y, a veces, el ruido sordo de pensamientos que se acumulan como polvo bajo la puerta. Aún me cuesta. No la soledad como concepto romántico o existencial, sino esa sensación difusa de que la vida perdió algo de su sentido. No sé si se trata de un sentido en particular o si es más bien una serie de zonas de confort que se diluyeron entre tantas ideas, teorías, modelos de mundo, cosmogonías.

De repente nada parece tan firme, y las personas a mi alrededor desaparecen. Yo también lo hago, eso de desaparecer. Casi siempre de manera sutil, silenciosa. Me voy desdibujando mientras sostengo discusiones en las que intento tener razón conmigo mismo. ¿Pero tener razón sobre qué, exactamente? ¿Sobre cómo se deben vivir los vínculos, el tiempo, la esperanza, la religión?

Pienso mucho en eso: ¿Qué estoy haciendo con los demás? ¿De qué manera estoy interpretando, o malinterpretando, todo esto que llamo vida en común? Tal vez no me enseñaron suficiente lógica, no una lógica de argumentos y silogismos, sino una lógica para comprender las locuras cotidianas, las grietas, los desencuentros, las despedidas inesperadas.

Vivo como si entendiera todo, pero cada día se siente más como un intento fallido de nombrar lo innombrable. Y sin embargo, aquí sigo, preguntándome, como quien tantea en la oscuridad: ¿Esto está bien? ¿Lo que soy, lo que hago, lo que siento… tiene algún lugar legítimo en el mundo?

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