¿Puede un pulpo ser estoico?
Estaba hablando con un amigo hace unos días sobre si un pulpo podía ser estoico. Estábamos intentando distraernos del mundo :). La conversación empezó como un juego: imaginando al pulpo, con sus ocho brazos, resistiendo los embates del océano sin alterarse, firme en su propósito, desapegado, sereno… estoico, así un poco como yo.
Desde el punto de vista metafórico, dijimos que sí, claro. El pulpo, con su capacidad de camuflarse, de cambiar, de adaptarse sin quejarse, parece una criatura nacida para el estoicismo. No se resiste al medio... lo incorpora. No pelea contra el cambio, lo ejecuta con gracia ;). Cuando hay peligro, desaparece. Cuando hay oportunidad, se extiende. Nada de luchas innecesarias. Todo en el pulpo es cálculo, estrategia, paciencia.
Pero luego pensé como filósofo y le dije: no, no puede ser estoico, no realmente. El estoicismo requiere una autoconsciencia radical, una comprensión de la propia finitud, una aceptación activa de la pérdida, del dolor, del destino, y como dice Spinoza, tener pensamiento más allá de la extensión. No basta con adaptarse: hay que entenderse en medio de todo eso. Y eso, el saberse en el medio, no lo tiene el pulpo. Al menos, no que yo sepa.
Ahí es donde todo se me movió un poco.
Pensé en las personas que se camuflan, que se adaptan, que viven cambiando de forma para sobrevivir en entornos hostiles. Personas que parecen pulpos metafóricos. Algunas no lo eligen, sólo sobreviven. Otras lo eligen estratégicamente, pero ni una ni otra cosa implica estoicismo. Sólo estrategia o dolor.
A veces unx cree estar rodeadx de estoicxs, pero en realidad está viendo máscaras, espejos, movimientos de defensa. Y también me he dado cuenta de que yo mismo he sido testigo de esas transformaciones: de historias infladas, de teatralidades disfrazadas de verdad, de gestos que no eran otra cosa que señuelos para atraer miradas. Y sí, yo también he sido una de esas miradas.
No lo voy a poner en el blog, pero hay algo de rabia flotando. Como si unx despertara y se diera cuenta de que estuvo dándole sentido a una narrativa ajena, que fue parte de una fábula diseñada no para compartir afectos, sino para sostener una imagen. Como si unx fuera el espejo que otrx usa para mirarse más grande.
El pulpo no es estoico, sólo sobrevive. El humano, a veces, tampoco lo es, sólo actúa. Pero entre los dos está la pregunta: ¿puedo resistir sin convertirme en el reflejo de otrx? ¿Puedo habitar el océano sin dejar de ser yo?
Tal vez esa sea la verdadera cuestión.
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