El olor como los afectos
He vuelto a caer en esa extraña maraña de olvidar por necesidad, de dejar por desprecio, de generar barreras contra el dolor y el sin razón que se produce en el cuerpo. El cuerpo puede llegar a ser un tipo de cosa externa cuando es imposible de controlar, creándose una dualidad aparente por medio de la tristeza, de los miedos o las diversas formas de odiar. Cada persona es diferente, controla su cuerpo de múltiples maneras, pero, en mi caso, con el tiempo y con ya incontables dolores que me ha cumplido la vida, es posible dejar de lado aquellos malestares que las personas a mi alrededor me producen.
Hoy escribo con el fin de aclarar mis pensamiento, de retener información importante, conformando un cúmulo de pensamiento que no me dejen caer en padecimientos. Es momento de dejar de escribir sobre lo malo, y empezar a expresar lo bueno que se presenta en el día a día. Dejé de lado el ser especulativo, y me he centrado en un tipo de objetividad ante cualquier situación. A veces, aunque sea difícil de escribirlo, siento que me sumerjo en la basura, en la putrefacción que hay al rededor, y ese montón de cosas cutres perduran, como el olor de la basura en la calle, o como las manchas que produce el lixiviado. Pero también ocurre que después de ese olor lixiviado, ante la lluvia, llega un olor petricor que me gusta, que me recuerda mi infancia en las calles llenas de basura de Catia.
Tengo un olfato un tanto desarrollado, y así como los afectos, me gusta mucho percibir los olores de las personas que me rodean. Quizá la alegría sea comparable con los olores de las frutas, unos más ricos y perdurables que otros, el deseo puede ser semejante a cada gusto humano, en mi caso el deseo puede ser el olor acre o mentolado semejante a un cigarrillo fresco. Y así, la tristeza puede ser un olor semejante a lo podrido o ahumado; en fin, los olores son una representación de la percepción del mundo de cada persona.
Volviendo a mi meditación inicial, no me gusta la tristeza propia, ni los olores pútridos que dan los demás o los que yo doy. A fin de cuentas, cada quién vive en su propia basura, en su jardín construido, o en su caja de concreto que consiguió para vivir. El punto está en no lastimar a los demás, y lo más importante, no lastimarse uno mismo. No se puede estar criticando ni menospreciando a alguien por su falta de racionabilidad frente a situaciones complicadas, porque las personas no se las saben todas, y cada quién está para ayudar a quien lo necesite.
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