Permafrost Emocional

Hoy volví a leer un libro que me gusta mucho, se llama La maravilla del dolor. ¿Cómo entender algo tan aparentemente paradójico? Siento que la lectura de este  libro nos puede invitar a pensar en el dolor no como un fin, sino como un proceso: un crisol que, aunque quema, también forja. Si el permafrost en la Tierra es una capa de hielo que conserva la historia del planeta en su interior, el permafrost emocional podría entenderse como esa capa de sufrimiento que guardamos, una memoria helada que a veces nos paraliza, pero que también es testigo de lo que hemos sobrevivido.

Como casi siempre, quiero dejarles claro, queridxs lectorxs, que la resiliencia hay que entenderla como un fenómeno que surge precisamente de estas capas congeladas de la experiencia. El dolor, lejos de ser un obstáculo absoluto, se convierte en una grieta que, si la exploramos, puede permitir la entrada de luz. En esa grieta habita la maravilla, el descubrimiento de que podemos transformar lo traumático en un motor creativo, en una narrativa que dé sentido a lo que parecía insoportable.

El permafrost emocional no siempre se derrite fácilmente. Como señala la neurobiología del trauma, nuestras memorias más dolorosas no se almacenan como relatos lineales, sino como fragmentos sensoriales, impresiones congeladas que esperan una chispa para reactivarse. Pero ahí reside la magia del dolor, es decir, al enfrentarlo, al narrarlo, al compartirlo, le damos calor. Lo transformamos en algo habitable. Es un acto profundamente humano, profundamente poético.

El concepto de "maravilla", según el libro, no implica idealizar el sufrimiento, sino reconocer su potencial para abrir caminos insospechados. Hay un poder en mirar atrás y descubrir que, pese a todo, seguimos aquí. Es el deshielo emocional lo que permite que crezca algo nuevo en el terreno que antes parecía estéril. Pero este deshielo no ocurre de manera espontánea, pues requiere el calor del vínculo, del lenguaje, de la creación. En palabras de Cyrulnik, el autor del libro, "somos seres vinculantes": necesitamos de otros para sobrevivir al invierno de nuestras heridas.

El permafrost emocional, entonces, no es un estado perpetuo. Es una etapa, una latencia. Como los paisajes árticos que despiertan en primavera, nuestro ser puede renacer tras el dolor, siempre y cuando encontremos las condiciones adecuadas para ello. Y en ese renacimiento hay una belleza que trasciende el sufrimiento, la belleza de sabernos transformados, no porque hayamos olvidado, sino porque hemos hecho del dolor una parte integrada de nuestra narrativa.

Al final, la maravilla del dolor no es el dolor en sí, sino lo que hacemos con él. Es de entender al dolor como una invitación a la metamorfosis, un recordatorio de que incluso el hielo más eterno puede albergar las semillas de una nueva vida. El permafrost emocional, con toda su carga, no nos define, pero sí nos desafía. Y en ese desafío, encontramos la oportunidad de reconstruirnos.

Comentarios

Entradas populares